¿Química o alquimia? Entre la crítica literaria y la filología
Como parte del ciclo de Lectura y Escritura en Humanidades de la UNIPE (Universidad Pedagógica Nacional), Jacintho Brandao, filólogo, escritor y traductor brasileño, brindó una interesante conferencia.
En primer lugar, se refirió al ensayo del filósofo alemán Walter Benjamin sobre la obra “Las afinidades selectivas” de Johann Volfgang Von Goethe, donde propone una distinción entre filología y crítica literaria. El filólogo asumiría la postura de alguien que ante un fuego en llamas vivas tiene como objeto de análisis sólo la madera y las cenizas. En cambio, el crítico busca el contenido de verdad: cual alquimista, ante el mismo fuego para él las llamas en sí mismas guardan el enigma de lo vivo.
Brandao retomó esa comparación, para reflexionar sobre la tradición cultural y la imaginación crítica, dos modos legítimos de abordar los textos. De acuerdo a Benjamin, una ley fundamental de la escritura para todo tipo de obras, es que resultan más duraderas aquellas cuya verdad está profundamente incrustada en su contenido fáctico.
En la presentación, el especialista explicó: “la analogía entre el químico y el alquimista implica una valoración según su punto de vista. En nuestro campo la lingüística sería más científica que los estudios literarios. Pero se podría interpretar también que el comentario literario es más científico que la crítica, ya que el químico se considera dentro de la ciencia y el alquimista no”. Y agregó: “En el otro extremo, que infunde valor a la alquimia, centrarse en la madera y las cenizas podría verse como algo peyorativo, por considerar solo el enigma que conserva la llama misma, aquello que está vivo. Esto situaría a la crítica en un plano superior al comentario filológico, por la grandeza y dificultad de lo que busca”.
La tarea del filólogo Jacyntho Brandao señaló que la filología tal como fue concebida desde la antigüedad griega hasta el Siglo XIX o el XX, pretendía asumir la tarea del químico, como una ciencia capaz de hacer aparecer la verdad del texto, recuperando su dimensión fáctica mediante procedimientos rigurosamente controlados. Sin embargo, aclaró, “no debe pensarse que el filólogo moderno actúa de manera ingenua; por el contrario, siempre ha buscado enfrentar los problemas que los textos plantean desde una posición casi humilde, considerando que la mayoría de ellos admiten solo una solución parcial en el campo de la crítica textual”. Esta sería la rama más legítima de la ciencia filológica, encaminada a recuperar el contenido fáctico del propio texto como algo que en el proceso de su transmisión manuscrita o impresa es sometida a todo tipo de vicisitudes por los propios instrumentos que se utilizan. Así los problemas no se resuelven, sino que se agudizan. “La tarea primordial del filólogo es -entonces- confrontar texto con texto”, añadió.
A fin de abordar el tema de forma más clara, Brandao recurrió -a modo de ejemplo- a textos que provienen en su origen de una larga tradición oral y escrita, con varios siglos de antigüedad. Por un lado, abordó la Teogonía de Hesíodo, en la narración del surgimiento de los primeros dioses griegos. Aún con diferentes versiones, la mayoría de los escritos anteriores al siglo XIX mencionan que primero surgió Caos, luego Tierra, Tártaro y Eros. Pero Platón y Aristóteles al mencionar esos versos no hacen referencia a Tártaro; por lo que -en general- luego los editores comenzaron a colocar ese apartado entre corchetes. Admitiendo así que podría ser una interpretación posterior de los códices.
Textos sensibles que imponen creencias
Para Brandao, hay casos que “subyacen en nuestro sistema de creencias, por lo que adquieren más relevancia. Los textos cristianos presentan los mismos problemas de transmisión en el tiempo, y su vulnerabilidad como documentos es mayor porque se consideran textos sensibles”.
Esto sucede con el famoso relato de la mujer adúltera que iba a ser apedreada y fue salvada por Jesús, quien pronuncia la famosa frase “el que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra”. Según se consideren las versiones de la Biblia actuales, los manuscritos griegos y las traducciones, este episodio se encuentra en distintos capítulos del Evangelio de San Juan; y en algunos casos aparece en el Evangelio de Lucas. Inclusive, en textos más antiguos el pasaje directamente no existe.
Por eso se considera que es una interpretación añadida, tal vez con origen en otras colecciones de textos sobre los hechos y dichos de Jesús, o recogiendo algún tipo de tradición oral. San Agustín, que la considera auténtica, supone que la pericopa fue eliminada de una parte de los códices del Nuevo Testamento para no señalar que Jesús sancionaba el adulterio.
En definitiva, dijo Brandao, “así se subraya el dilema del filólogo, que a partir de un texto muy sensible para el occidente cristiano pretende recuperar su mejor forma. Si queremos acercarnos lo más posible a lo que podría haber sido el original, que no conocemos, la opción sería borrar ese pasaje. Pero no es una decisión fácil, se trata de uno de los episodios más conocidos de la vida de Jesús y uno de sus dichos más célebres, que conformó una determinada ética moral y cosmovisión. Cualquiera hoy entiende lo que significa la expresión tirar la primera piedra”.
¿Por qué son errantes los textos? Se equivocan, y andan sin rumbo
La responsabilidad del filólogo podría expresarse a modo de interrogante: ¿Qué es lo más importante en un texto, su forma original o cómo se lee? ¿Su producción, o su recepción? El escritor y traductor mencionó en su conferencia un proverbio que dice “las palabras vuelan, las escrituras quedan”. Aunque suele interpretarse como que lo escrito es permanente, cuestionó: “con frecuencia se ve cómo, al igual que las palabras, la escritura también es errante”.
“Errante en el sentido de equivocarse -expresó-, de no acertar; porque los errores parecen debidos a una especie de demonio, que barajaba las letras en manos del tipógrafo para confundirlo, o nublaba la vista de los copistas antiguos y medievales. Ese mismo demonio ahora llega a las computadoras disfrazado de corrector o traductor automático; adaptado a las innovaciones tecnológica hoy también hace inimputable el error, para atribuirlo al propio texto”.
Al mismo tiempo, el texto es errante en el sentido de andar sin rumbo, está en un continuo ir y venir. “Es un buen criterio para pensar el texto en su duración, entendida en dos sentidos: duración de la producción, y de la acción de recepción”, agregó Brandao.
Dos dioses que son uno solo Finalmente, en su conferencia el filólogo brasileño hizo referencia al episodio bíblico del Diluvio Universal, con especial atención a la alternancia entre las dos formas de mencionar a Dios, como Elohin y Yahveh, en la traducción de la Biblia de Jerusalén. “Es un buen caso para ejercitar la visión del químico que, al ir más allá de lo que aparece en la superficie, busca lo aparentemente invisible”, enfatizó.
En ese episodio se plantea un problema entre las órdenes y recomendaciones
de Elohin y Yahveh, dos nombres de una misma deidad, que se repiten en el texto sin ninguna aclaración. El primero aparece más cerca de Noé, le da explicaciones, le dice cómo construir el arca, declara que hará una alianza con él, determina cuál será la familia del patriarca y le hace subir a la embarcación una pareja de animales de cada especie. En cambio, Yahveh es más duro y tajante, sólo le anuncia la medida extrema que va a tomar, le ordena que entre al arca y lleve consigo siete parejas de pájaros y animales puros (destinados al sacrificio).
En ese punto, Jacintho Brandao propuso un ejercicio: imaginando a un filólogo muy competente en el análisis de textos antiguos, pero que no sabe nada sobre religiones o el monoteísmo judío, ¿qué vería en este pasaje?, interrogó. “Que hay dos dioses diferentes, y cada uno tiene un carácter marcado: el segundo es más vehemente porque habla de cómo borrará de la faz de la tierra a todos los seres vivos y se arrepiente de haberlos creado; mientras que el primero actúa como si no quisiera provocar eso, se preocupa más por la humanidad y toda la creación”, aseguró. Y agregó: “Elohin se mantiene inactivo durante el diluvio, en tanto Yahveh es el que entra en escena después de cerrar la puerta del arca por fuera y borra toda la existencia del mundo. Por lo tanto, le diríamos a ese filólogo que sólo ve maderas y ceniza, pero él podría respondernos: yo soy químico, no alquimista”.
Editores y traductores, intérpretes en la recepción
Más allá del deambular de todo texto, una vez que se establece como tal y se le atribuye cierta autoridad, con el contenido fáctico desvaneciéndose durante el período de lectura, “allí le toca al químico alejarse y darle lugar al alquimista. De ese modo, se llega a la imaginación critica, cuyo interés está en el contenido de verdad del texto”, dijo Brandao.
Siguiendo el propio camino del texto, se pasa de la duración de la producción a la de la recepción, con la dificultad del propio objetivo de alcanzar su sentido y esencia. “Una cosa es confrontar texto con texto -tarea del filólogo-, y otra distinta es confrontar el texto consigo mismo, obra de la imaginación crítica que cree que hay un contenido de verdad en él. El texto, en el fuego de la recepción siempre será múltiple, no tiene nunca un único sentido, porque está compuesto de varias capas”, explicó el especialista.
También hizo alusión a dos temas importantes al trabajar con cualquier tipo de texto: la edición y la traducción. El editor hace siempre una interpretación, cuando realiza elecciones que no son objetivas, para determinar partes principales y cuáles, por ejemplo, irán a pie de página. “Por lo tanto, hay que pensar el texto como una tradición, no como algo fijo y las traducciones también forman parte de ella”, afirmó. Para concluir: “Pocas personas deben haber leído a Homero en griego, desde la época romana se lee en latín, luego en francés, también en inglés y español. Sin embargo, esa recepción de la obra de Homero es tan autentica como en la lengua original. No es algo incompatible, aunque el traductor también debe ser considerado un intérprete”.