UNIVERSIDAD PEDAGÓGICA NACIONAL

Escúchame entre el ruido

Fuente: https://laagenda.buenosaires.gob.ar/post/

por Pablo Díaz Marenghi
Un regalo del Diablo, 2 Minutos, Valentín Alsina y la reinvención del punk argentino, de Walter Lezcano (Vademecum)

“Con Valentin Alsina el conurbano bonaerense, finalmente, se paró de manos sin pedir la legitimidad de nadie” escribe Walter Lezcano en su flamante libro sobre el disco debut de 2 Minutos. Lanzado en 1994, significó uno de los puntales de una nueva oleada de bandas punks que emergieron al calor del avance neoliberal en la Argentina. El escritor, poeta y periodista nacido en Goya, Corrientes, supo recorrer dichos suelos conurbanos al criarse en San Francisco Solano, al sur del Gran Buenos Aires. En dichas inmediaciones surgieron varios grupos de pibes que se coparon con el punk y empezaron a hacer sus primeras composiciones: Flema, Expulsados, Sin Ley y los comandados por Walter “Mosca” Velázquez. En este ensayo, el autor piensa la relación entre arte y territorio (¿una condición necesaria pero no suficiente para forjar una obra?) y reivindica el lugar que ocupó este disco y esta banda a la hora de abrirle camino a lo que la prensa y la opinión pública bautizarían como “Rock barrial”. Datos, contexto y voces autorizadas trazan un recorrido analítico que despeja algunas dudas y, también, siembra otras.

“Mi voz es un regalo del Diablo” afirma el Mosca y le da título al libro. En sus páginas se intercalan voces como las de los músicos y el ex manager de la banda, con las de Amilcar Gilabert (histórico ingeniero de sonido), periodistas y escritores (Lala Toutonian, Luis Hitoshi Díaz, Mariana Enríquez y Juan Diego Incardona) que enriquecen el contexto para pensar cómo y por qué nació este disco. Así se cuentan los comienzos del punk en la Argentina –con los Violadores a la cabeza, pero también Los Baraja, Alerta Roja y Cadáveres de Niños– y allí el autor encuentra un primer antecedente de la periferia bonaerense: el baterista Sergio Gramática, oriundo de Bernal, y su intercambio epistolar con Hari B, considerado el primer punkie argentino.

El escritor plantea que lo que pegó fuerte en el país fue la tradición inglesa combativa, con The Clash como insignia, casi como un emergente del agotamiento de la canción de protesta. Más adelante, en los noventa, podría trazarse un paralelismo entre aquel no future que escupían los Sex Pistols con el no future del despilfarre noventista y sus esquirlas, aún calientes, visibles en el conurbano. Los estallidos de la periferia se volvían canción en temas como “Odio laburar” o “Novedades” que integrarían el primer LP de 2 Minutos. Luego terminarían siendo los primeros argentinos en tocar en el mítico CBGB. En palabras del autor: “la furia, la inconsciencia, la resistencia y el poder inconformista del punk como estandarte de reestructuración de existencias y vidas olvidadas por el Estado y el sistema social”.

Es cierto que, tal vez, para el lector avezado el libro no arroja grandes revelaciones sobre la historia del punk argentino. Tal vez su fuerte radique en las preguntas que va desperdigando y deja abiertas para que el futuro las responda. Por ejemplo: ¿Qué onda el sur del conurbano? Del mismo modo que afloraron bandas punkies de pibes laburantes también aparecieron, al calor noventista, los alternos como Babasónicos, Tía Newton, El Otro Yo, Peligrosos Gorriones, Adicta y Copiloto Pilato. También echa luz sobre un contexto descripto por Enríquez e Incardona: la ominosidad del riachuelo, la fiereza de la cana y el deambular de la barriada como una suerte de flaneurs tercermundistas que pasaban largas noches demorados en comisarías por tomar una birra en la esquina. También nos habla de la idea de movimiento, de escena, como algo pujante, que se reconvierte todo el tiempo. Algo que ahora se ve en el feminismo, el trap y el freestyle. En medio de todas esas nuevas olas, el punk, el rock y otros géneros que explotaron durante el siglo pasado aún luchan por acomodarse.

El recorrido temporal del libro finaliza con la tragedia de Cromañón en 2004 (a la cual Lezcano le dedicó una novela, Luces calientes,en Tusquets) y arroja otra pregunta : si aquello fue la crónica de una muerte anunciada por jóvenes desprotegidos, desamparados, llenos de excesos que encontraron en el rock a su único placebo catalizador. Sea lo que sea, el Mosca, que bautizó a su banda por un tema de Depeche Mode demostrando su modo de ser ecléctico e iconoclasta a la hora de vivir la música, dejó un mandato que el autor de este libro se encarga de reproducir y diseminar: pase lo que pase, hay que seguir.

Charly García 1983, acerca de Clics Modernos, de Oscar Conde (UNIPE Editorial Universitaria)

A priori, el pensamiento en torno a este trabajo de Oscar Conde podría ser el siguiente: ¿otro libro más sobre Charly García? ¿Hay algo nuevo para aportar? Lo cierto es que el artista, uno de los pesos más pesados del rock argentino y de la música popular en su conjunto, engloba un cúmulo de discursos que se vislumbra inagotable. Este académico –que ha producido sendos análisis sobre las poéticas del tango, el rock y el lunfardo– da un salto de calidad dentro de la bibliografía rockera promedio ya que salta las vallas de las biografías y los chismes para concentrarse en el aspecto más rico del pianista de bigote bicolor: su obra.

Conde recurre al análisis de letras y, así, encuentra a la soledad como el gran hilo conductor que atraviesa la obra de García: “la del adolescente que asume solo su condición y se enfrenta al mundo, la del joven que se alza contra un sistema siniestro, la del hombre que fracasa en el altar del amor y decide rendirse tributo a sí mismo para siempre”, afirma. Conde sigue a Charly por diferentes etapas: su comienzo hippie, su tránsito al rock sinfónico/progresivo y su decadencia noventista, en donde se consolidó como la súper estrella del rock nacional. Irreverencia y megalomanía serían las dos cabezas de este lungo bifrone que osciló, en los últimos tiempos, entre chispazos de genialidad y despilfarres en su vida privada. De los suplementos culturales a la prensa amarillista sin escalas.

El foco de este libro –prohibido olvidar– está en Clics modernos (1983), aquella obra cumbre del músico que significó un antes y un después dentro del rock vernáculo. Explica Conde que aquello que durante muchos años fue música contemplativa (para ver y escuchar) comenzó, con este disco, el tránsito hacia algo que podía ser bailable (con Los Twists y Virus como lugartenientes de la nueva movida ochentosa). Esto, por supuesto, sería visto con resquemor por los rockeros clásicos y, hoy en día, consagraría a esta obra como de avanzada para la época. Allí se dio la amalgama precisa entre el rock y el pop. Además exhibió a un autor que se reía de todo (“él se cansó de hacer canciones de protesta y se vendió a Fiorucci”, referencia a un episodio personal que se cuenta en el libro) y apela, también, a las esquirlas de la represión.

Conde analiza la ambivalencia como rasgo recurrente del rockero. Algo que tuvo su pico en los noventas. Allí el personaje se devoró al artista: pasó de tocar para Carlos Menem en la quinta presidencial de Olivos, en pleno apogeo de la pizza y el champagne, a la vez que brilló en el MTV Unplugged (el primero para un hispanoparlante). Sin olvidar el episodio de su salto al vacío desde un noveno piso en un hotel mendocino que pasó a la historia. Conde sentencia: “No cabe duda que Charly García es, con razón o sin ella, el máximo exponente del rock argentino, aun con su ánimo cambiante, su yoísmo poético exacerbado y esa necesidad imperiosa de llamar la atención en los ámbitos extra musicales. Y eso lo deja muy solo”.

Television, Marquee Moon, de Bryan Waterman (Colección 33 ⅓, Dobra Robota – Walden)

Si uno traza un recorrido a través de la historia de la música occidental y se encarga de recomponer cada una de las piezas del rompecabezas, llegará el momento en el que se encuentre con un nombre ineludible de la década del setenta, híper citado, imitado, homenajeado y copiado en las décadas posteriores. Television encaja con aquello que la crítica especializada suele bautizar como banda de culto y su disco debut, Marquee Moon (1977), se ha ganado un lugar en los anaqueles de aquellas obras que han sido consideradas un verdadero cimbronazo en los modos de hacer y escuchar rock and roll. Por su tratamiento de guitarras en estéreo, por haber sido uno de los estandartes de la escena punk neoyorquina del CBGB y por haber generado una sinestesia entre el glamour, lo sucio, el glitter y la crudeza, fueron un eslabón clave dentro de la música alternativa. Bryan Waterman, con un lenguaje académico y ensayístico, se encarga de analizar por qué y de qué modo surgió este particular sonido en aquel contexto underground casi pútrido que, luego, se convirtió en leyenda.
Katie Ledecky

Aturdido en una metáfora eléctrica: así se sentía todo aquel que pisara el CBGB –mítico local donde se consagraron Los Ramones, Blondie y Patti Smith– durante un concierto de la banda comandada por Tom Verlaine. En un principio, Waterman se encarga de resaltar que este joven con anhelos literarios (al igual que otro músico que fue su claro referente, Lou Reed) tuvo como lugarteniente necesario a Richard Hell. Este también era un amante de las letras: toma su apodo de Una temporada en el infierno, del poeta Arthur Rimbaud. El autor de este libro lo reivindica y, también, comenta cómo Verlaine decidió expulsarlo de la banda. Reconstruye el cúmulo de influencias que dio origen a este cóctel corrosivo: la movida camp y glitter (ironía, composiciones absurdas, androginia, New York Dolls como principal ejemplo), riffs machacantes, influencia de poetas beatniks como Allen Ginsberg, The Velvet Underground, los situacionistas, la bohemia del downtown neoyorkino, los dadaistas, el Bob Dylan eléctrico, las drogas y el reviente. También algo que comenzó el artista pop Andy Warhol. En palabras de Waterman: “Rompió las barreras entre la alta y la baja cultura, llevó el under al mainstream, convirtió la vida en arte performativo”.

Así los Television se consolidaban como banda y llegarían a grabar un disco mitológico que, con el tiempo, recibió la valoración que mereció siempre. Así lo describe el autor del libro: “la música es repetitiva, agitada, como el sonido de maquinaria y engranajes. La guitarra principal avanza por el canal derecho como una sierra eléctrica cortando el pavimento. Termina con el precepto revolucionario del punk: quemar todo y empezar de nuevo”.

Este libro es algo más que el análisis de un disco. Aunque, por momentos, el tono ensayístico se diluye un poco y se deja pervertir por el mero periodismo de recolección de datos, prioriza el intento de comprender a una banda, una escena, un tiempo y un contexto. Describe la imagen y la estética muy cuidada del grupo –ropa rota, crestas, algo que serviría de inspiración para Malcom McClaren y los Sex Pistols en Inglaterra–, los ametrallamientos mediáticos de Hell vs Verlaine y el imaginario que supieron construir: “Es un disco nocturno, ambientado mayormente de puertas afuera”, afirma Waterman.

Reconstruye sus influencias: “La energía de la banda proviene claramente de ‘Sister Ray’ de The Velvet Underground o del lado más frenético de The 13th Floor Elevators. Si bien conservaban rasgos psicodélicos, como sugerían frecuentemente los críticos, también mezclaban el sonido de San Francisco con ‘Talk Talk’, el hit pesado y cargado de testosterona de The Music Machine, o con ‘Psychotic Reaction’ de Count Five”. Y resalta el ingreso clave de Richard Lloyd, quien termina de cerrar el funcionamiento sonoro del grupo. Esa dupla de guitarras será de las más relevantes del rock occidental de fines de los setenta, influyendo a artistas como U2, Sonic Youth, R.E.M., Echo and the Bunnymen, Siouxsie and The Banshees, y, más acá en el tiempo, Pavement, Primal Scream, The Strokes y los Yeah Yeah Yeahs, entre otros.

Sobre el nombre de la banda, Waterman da una clave que funciona como síntesis, como metáfora suprema de todo lo que representa la búsqueda de Verlaine y compañía: “‘Es tan molesto que no molesta’ dijo Loyd (…) ¿Qué mejor símbolo de una época que el medio que amenazaba con absorber a todos los demás?”.