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Aprender en el siglo XXI

Por Paola Ricaurte, 

Paola Ricaurte Quijano es doctora en Ciencias del Lenguaje en la línea de Análisis del Discurso y Semiótica de la Cultura por la Escuela Nacional de Antropología e Historia, México. Es docente e investigadora de la Escuela de Educación, Ciencias Sociales y Humanidades del Tecnológico de Monterrey. Imparte cursos a nivel de licenciatura y posgrado.

Nadie educa a nadie -nadie se educa a sí mismo- los hombres se educan entre sí con la mediación del mundo. Nadie libera a nadie, ni nadie se libera solo. Los hombres se liberan en comunión. Paulo Freire, Pedagogía del oprimido, 1970

Frente a las grandes crisis que afronta la humanidad: alimentaria, energética, ecológica, financiera y social, son necesarias soluciones globales y radicales. Un sistema basado en el consumo como sinónimo de libertad y felicidad, la concentración de la riqueza en pocas manos a costa de la pobreza de millones y la explotación irracional de recursos naturales, nos ha colocado en un escenario donde el futuro es desolador. El hombre lobo del hombre no es sino el resultado de la lógica unidimensional del capitalismo que nos convierte en competidores, enemigos y exterminadores del otro. Es el principio rector de las relaciones entre estados poderosos y dominados, entre seres poderosos y seres sometidos.

Por ello, resulta esencial preguntarnos sobre el propósito de la educación frente a estos desafíos: ¿Cómo debemos preparar a los estudiantes para enfrentar el presente y el futuro? ¿Cuáles deben ser sus habilidades fundamentales?¿A través de qué metodologías?¿Con qué herramientas?¿En qué formatos?¿Con qué objetivos?¿Bajo qué sistema educativo?

Las respuestas no deben responderse a la ligera ni de forma fragmentaria. La transformación de la educación es impostergable. La comprensión holística del problema, debe involucrar las reformas en la administración, la infraestructura escolar, el currículum, las condiciones laborales de los maestros, las oportunidades de superación a través de programas de capacitación continua, los sistemas de evaluación, las necesidades de los alumnos y del país, la integración de maestros, alumnos y padres en la toma de decisiones, los principios pedagógicos. Ayers -luchador por la educación pública democrática- sostiene que nuestro país está copiando las malas decisiones para la educación que se están tomando en Estados Unidos.

La reforma educativa actual trata de resolver un problema complejo solamente a partir de una arista: los maestros. Sin embargo, ¿por qué no hablar del sistema educativo en su conjunto? ¿Por qué no hablar de planes y programas fallidos? ¿Por qué no hablar de evaluación y no de medición? México es el segundo país del mundo en cuanto a proporción del gasto público destinado a la educación, pero los resultados de PISA de los últimos nueve años, sistemáticamente los últimos lugares, demuestran el fracaso escolar. De acuerdo con cifras oficiales, de cada 100 niños que inician su educación elemental, solo 64 acaban la escuela primaria, 24 el bachillerato, 10 una licenciatura y apenas 2 o 3 concluyen un posgrado. El tema de la infraestructura pocas veces se coloca en la agenda política, mientras el 50% de los planteles del país carecen de agua, drenaje o energía eléctrica. Con respecto a tecnología, solamente el 13% de las escuelas tiene acceso a equipo de cómputo e Internet.

La precaria infraestructura de las escuelas, los programas inadecuados, los métodos de educación memorista y que anulan la cretividad, los exámenes de opción múltiple como principal instrumento de evaluación, la reproducción en el salón de clase de las jerarquías y los roles sociales, las escuelas cerradas a la participación de los padres en la toma de decisión y completamente divorciadas de la comunidad, son solo algunos de los rostros de nuestro fracasado sistema educativo.

Por supuesto, a esta situación se debe añadir el funesto papel de la televisión comercial que evita el pensamiento crítico, banaliza la realidad y las relaciones sociales y que se erige como máxima apología de la ignorancia (lo que explica, entre otras cosas que tengamos un presidente de telenovela). Como nos lo recuerda Manuel Pérez Rocha, “el medio social y cultural en que viven los niños y jóvenes es determinante de lo que se puede lograr en la escuela”.

¿Dónde están, además, las distintas vías y programas para que los jóvenes puedan profesionalizarse y acceder a un empleo digno? Si la universidad pública no tiene cabida para la demanda existente y si la educación superior tampoco garantiza un espacio social, ¿qué otros caminos pueden tener los jóvenes para adquirir habilidades, profesiones u oficios que les permitan acceder al mercado laboral y a una vida con futuro?

En el mundo contemporáneo, el aprendizaje no puede ser concebido “como un lugar y un tiempo para adquirir el conocimiento (la escuela) y un lugar y un tiempo para aplicar los conocimientos adquiridos (lugar de trabajo)”. Bajo esta perspectiva debe entenderse que la educación no es solamente responsabilidad de la escuela, ni de los maestros únicamente: “el aprendizaje ocurre de manera continua a partir de nuestras interacciones con los demás y con el mundo que nos rodea“, a lo largo de toda nuestra vida. En esa interacción se incluye a los padres, a la sociedad, a los compañeros, a los amigos. Esta visión del aprendizaje para la vida adoptada por la UNESCO debe ser también contemplada dentro de las políticas públicas.

Una de las panaceas más recurridas en estos últimos años es la incorporación de tecnología en las escuelas. Como resultado, se han desarrollado programas gubernamentales con inversiones cuantiosas. Entre la Enciclomedia y el programa Habilidades Digitales para Todos se tiraron a la basura 25 mil millones de pesos en los últimos 12 años (más bien, se sumaron amablemente a las arcas de las compañías involucradas y sus operarios).

Actualmente en México, junto con la propuesta de reforma educativa, el gobierno ofreció entregar cuatro millones y medio de laptops a niños de quinto y sexto de primaria. Juan Manuel López Garduño, director de Edumundo, plantea un cuestionamiento fundamental: “Sin la lideresa sindical y con la conectividad a Internet ¿se resuelve el problema educativo de México?” e insiste en que “la conectividad más importante es la que tiene que darse entre el aula y la comunidad”.

Frente a este escenario, el experto pregunta:”¿Está previsto el mantenimiento de los equipos, las condiciones de luz y electricidad? ¿Tenemos claro el cómo y el para qué de la conectividad? ¿De qué sirven las habilidades digitales si un niño no sabe leer, entender las tesis centrales de un argumento y expresar sus ideas de manera articulada para compartirlas, confrontarlas y construir nuevos conocimientos? ¿Se está considerando el ambiente escolar que es el factor que más afecta al rendimiento? ¿Se piensa en la relación padre-hijo-docente?”

La respuesta es obvia. Nuevamente, lo importante no es la educación, no es el aprendizaje, no son los estudiantes, no es la sociedad. ¿Quiénes serán las compañías que ganarán la licitación? Como en episodios anteriores, ya está discutido y acordado. Resulta un gran negocio y genera una positiva imagen mediática ofrecer laptops a los niños. Sin embargo, este tipo de programas, por enésima vez, jamás se planean desde una perspectiva integral: ¿Quién realizará el seguimiento del aprendizaje de manera continua y sistemática? ¿Quién capacitará a docentes, padres, niños? ¿Quién generará entornos de aprendizaje que potencien el desarrollo de las habilidades necesarias? ¿Quién generará redes de aprendizaje? ¿Bajo qué principios pedagógicos se promoverá el aprendizaje utilizando herramientas tecnológicas? ¿Cómo se evaluará (y no “medirá”) el aprendizaje? ¿Qué aprenderán? ¿Para qué?

En pleno siglo XXI resultan absolutamente vigentes los textos que Paulo Freire escribió el siglo pasado: hay que entender el papel colectivo de la producción de conocimiento y la necesidad de que permita al ser humano liberarse. La concepción bancaria de educación de la que habla Freire, que sigue imperando en México, no permite, ni permitirá, por más laptops y gadgets que tengan los niños, liberar sus conciencias ni su pensamiento. Y los maestros, los padres, los políticos, deberían recordar que en una educación democrática, tal como lo decía Freire, “enseñar no es transferir conocimiento, sino crear las posibilidades para su producción o su construcción.” La educación y el aprendizaje son procesos de ida y vuelta, multidimensionales, insertados en contextos sociales particulares. ¿Estamos generando espacios sociales en los que como sujetos podamos pensar libremente y con todas las herramientas necesarias? ¿Estamos generando entornos que nos permitan mirar críticamente la realidad y transformarla? El problema de la educación es un problema social y, por supuesto, trasciende el salón de clase y el ámbito escolar.

Las tecnologías, sin un propósito pedagógico profundo arraigado en lo social, en las necesidades de la comunidad, en la producción colectiva del conocimiento, no se convierten sino en “armas de distracción masiva” como lo sostiene Garduño. Contribuyen a la cárcel de las conciencias y a la desconexión de la realidad. Mientras estemos entretenidos, lo que nos ocurra como sociedad es irrelevante. La fractura entre escuela y comunidad aunada a la alianza catastrófica entre sistema político-económico, medios y educación, dan como resultado una debacle: la educación como práctica de la opresión.

Publicado originalmente en el periódico El Universal.